No puedo
controlar el clima; no puedo controlar los caminos mal hechos, no puedo
controlar a los animales, no puedo controlar las miradas de la gente al subirme
al camión todos los días, no puedo controlar la varicela de mis monjes, no
puedo controlar como les rapan el pelo a mis niñas del orfanato, no puedo
controlar si duermo con 8 niñas los horarios de regadera, no puedo controlar a
los camiones, no puedo controlar lo que voy a comer o no comer aquí, no puedo
controlar mi suerte y no puedo controlar como piensan o sienten otras personas.
Hoy mi
intuición es lo que me lleva por el camino. Me gusta pensar que mis instintos
son más importantes que mi capacidad de análisis. Que puedo respirar profundo y
superar cualquier circunstancia que se presente. Que mis reacciones dependen de
mí y de nadie más. Me siento más aliviada, más liviana. Después de todo ¿qué es
lo peor que puede pasar? ¿Qué me muera? Creo que la muerte esta subestimada y
hay cosas aún peores como vivir agobiado. Viniendo de una persona altamente
agobiada en el pasado y con muy bajo índice de tolerancia a la frustración
créanme que soy un caso milagroso. Si esto me hubiera pasado hace dos años
probablemente ya estaría en el hospital psiquiátrico de Ambalangoda. Aquí he
aprendido que nada es tan grave si no lo queremos así; y que a veces lo peor
del mundo sólo esta en nuestra cabeza.
Aprendamos
a dejarnos llevar y a fluir. No hay nada más importante que lo
que tenemos enfrente en este momento. Somos todo y nada pero no somos dueños de
nadie, somos parte de algo mucho más grande. La felicidad esta adentro ¿por qué
buscarla afuera?
¡Feliz
año! Empiécenlo con el pie que quieran. J