viernes, 29 de noviembre de 2013

La dulce isla





Estoy a punto de cumplir mi segunda semana en la isla de Sri Lanka. Ha sido el viaje más retador y emocionante de mi vida y apenas voy empezando. En dos semanas han pasado cosas que no pasaron en todo este año y hoy estoy orgullosa y feliz de compartirlas.
No ha sido nada fácil, nadie me dijo o me explico lo difícil que es dar este paso y el tiempo y la energía que requiere. Y sobre todo, nadie me dijo que el vuelo iba a ser tan pinche largo.
Fueron las 20 horas más largas de mi vida. Fue el momento donde me pegó la realidad de lo que estaba por hacer y no saber a dónde llegaba, ni con quién, ni a qué hizo que esas horas fueran eternas.

Tuve por primera vez lo que ahora conozco como ataque de pánico. Se siente una fuerza dentro de ti desde la garganta hasta el estómago apretando de arriba hacia abajo y al revés: es como una energía que quiere escapar y acelera la respiración para terminar con una taquicardia que me duro como 2 días. Ahora imagínense todo eso en un avión a no se cuantos miles de kilómetros sobre el nivel del mar.  Tuve mucho tiempo para reflexionar lo que hacía, para darme cuenta y enfrentar las decisiones que había tomado y para por fin ver que no había vuelta atrás. Tuve la bendición de estar acompañada en el vuelo por dos personas que sin darse cuenta me salvaron la vida o mínimo la cordura mental. Un señor de Orlando y una señora hindú que vive en Nueva York, fueron mi compañía durante 12 horas de vuelo. La amabilidad de un extraño se vuelve más importante que todo el amor que hemos recibido en el exacto momento en que necesitamos de alguien y estamos desesperados. Tal vez nunca los vuelva a ver pero les deseo una larga vida y el mejor de los karmas en todos los viajes que emprendan salvando mocosas consentidas como yo.


He tenido la fortuna de estar rodeada en estas dos semanas de amabilidad de extraños. He conocido a personas sencillas y amables. Desde mi camino hasta mi llegada y mi estancia he obtenido de vuelta cada sonrisa que he dado.
Si tuviera que describir a Sri Lanka en una palabra sería: dulce.
Desde el momento que me baje del avión en un aeropuerto muy caluroso fui recibida con mi nombre mal escrito y la sonrisa de un desconocido esperando. Después de una viaje de 3 horas de la capital a la ciudad de Kandy llegué por fin a la que ahora es mi casa. La vulnerabilidad que da estar tan lejos de tu casa es algo que no podría explicarles jamás. Tengo la fortuna de estar en un país que me recibe todos los días con saludos de niños en las calles y con sonrisas de extraños en camiones.

Sri Lanka es un buen país, no se si gracias al budismo pero estoy casi segura que estoy rodeada de gente genuinamente buena. Estoy rodeada de templos budistas, de monjes que tienen desde 9 años, de ruido de claxons y camiones que manejan peor que en México; en la calle caminan muchas mujeres vestidas con saris y algunas con burkas cubriendo todo su cuerpo. Las calles de muchas zonas ni siquiera están pavimentadas y si hay algo que predomina son los perros infestados de pulgas; esa parte es muy triste.
En esta isla lo común es quemar la basura, entonces por las 6 de la tarde las calles empiezan a oler a plástico incendiado.
Todos los niños y niñas visten de blanco para ir a la escuela y caminan a la 1:30 pm todos los días de regreso a su casa. Las calles son todas de doble sentido, manejan con el volante del lado derecho y la isla se caracteriza por los tuk tuks que son taxis moto que tienen tres asientos para pasajeros y son completamente abiertos.
 

Un extranjero siempre será observado, divertido y saludado por la mayoría de los habitantes. El idioma no podría ni empezar a describirlo, es completamente diferente a todo lo que conozco y la escritura son símbolos que parecen más obra de arte que simples letras; cuando escucho a la gente hablar algunas veces hasta me parece escuchar palabras en español pero eso solo me pasa porque extraño mucho a mi México.
La comida es otra historia; alrededor del centro de Kandy hay muchas pequeñas como pastelerías donde venden pastries vegetarianos (una mezcla de pan de ojaldre relleno de cualquier tipo de verdura con algúna especia picante) y muchos tipos de pasteles de chocolate y fresa en rebanadas. Ideales para un camino entretenido y glotón son baratos y populares entre locales.
Nunca me hubiera esperado llevarme la sorpresa que me lleve al darme cuenta que la comida que yo conocía como asiática no tiene nada que ver con la realidad. La comida de aquí es muy diferente a la hindú (o eso me han dicho repetidas veces) el 99.9999% de las veces se come arroz. Arroz blanco, arroz con coco, arroz a la piña, arroz del color que sea pero todo, todo, todo es arroz.
Lo demás (por ser muy vegetarianos diario excepto días festivos) son vegetales sazonados principalmente con la flor del plátano y la planta de curry.
He probado comida con mucho chile en mi vida pero este sabor es muy diferente; algo te pica la lengua pero no es chile, son varias capas de sabor que van llegando a tu lengua en diferentes momentos, una mezcla loca de infinidad de especias; es un sabor muy nuevo pero después de dos semanas de comer y cenar exactamente lo mismo, una pizza cada viernes de Pizza Hut se vuelve una bendición del oeste.
Los jugos, bebidas, dulces, chocolates son extra dulces. Aquí como la comida es muy sana no hay límites de azúcar para los postres y malteadas. Extraño la carne, mi cuerpo ya me la empieza a pedir y casi casi veo a los perros con pulgas con ojos de antojo.

La vida es pacífica y relajada, todos tienen lugares a donde ir y cosas que hacer pero no se lo toman mal; no he recibido malos tratos ni groserías; aquí se rigen con amabilidad y le dedican mucho tiempo y mucha paz a los demás. En los camiones las señoras nos ceden sus lugares y si vamos de pie se ofrecen a cuidar nuestras bolsas; nos sonríen y nos preguntan de donde somos y muchos otros nos ayudan a llegar a nuestros proyectos.



Es un país que poco a poco se ha recuperado de una guerra muy larga y muy cansada; han sacado lo mejor de ellos mismos a través del amor a los demás y se han dedicado a educar a las nuevas generaciones y dar más oportunidades. Aquí se mezcla lo más básico, lo más clásico y la ola de globalización. Estoy por conocer mucho más y me emociona.

La cultura, los comportamientos y la vida cotidiana todavía tiene mucho por enseñarme pero por ahora estas dos semanas es todo lo que he tenido.


Estoy a unas horas emprender mi camino para subir una montaña de 2300 metros de altura, que es conocida como la huella de Buda para los budistas, la de Shiva para los hindúes y la de Adán para los cristianos. Si llegó a la cima a ver el amanecer les platico. ;)